lunes, 21 de noviembre de 2016

De sorpresas y supervivientes educativos

El otro día tuvimos una nueva incursión de Salvados en el tema de la educación. Por un lado, como han dicho muchos, se agradece que se hable de la cuestión educativa un domingo por la noche en prime time. Mal no nos va a hacer, la verdad. Todo lo que sea abrir el debate sobre el sistema y los roles y papeles de unos y otros me parece que no está de más. No obstante, son programas que me dejan un poco frío. Me pasó lo mismo con la excursión finlandesa de temporadas anteriores. Todo me parece demasiado superficial, simple, sesgado... No sé, quizá sea un tema personal, pero creo que la cuestión es mucho más compleja y que, claro está, seguramente un programa comercial de poco menos de una hora de duración no sería el espacio más adecuado para dirimir estas cuestiones en profundidad. Y que conste que soy un gran fan de Salvados.

Eso sí, me sorprendió ver en las redes sociales determinadas reacciones, sobre todo por parte de docentes de secundaria, ante los comentarios y reacciones del alumnado entrevistado. La mayoría de chicos planteaban su deseo de conseguir un trabajo estable, formar una familia y tener hijos, incluso pasando por encima de sus deseos y motivaciones personales. Así pues, según pude entender, la mayoría planteaba sus estudios desde una perspectiva utilitarista y pragmática: ¿qué opciones me pueden ofrecer un futuro lo más estable posible?, ¿qué estudios pueden garantizarme un trabajo con unos ingresos más o menos fijos? La idea parecía clara: "estudiamos para sobrevivir", "sabemos que con estudios nuestro futuro puede ser algo mejor, así que a por ello". Todo esto, parece, sorprendió a muchos espectadores.

No diré que me parezca la situación ideal, en absoluto. La idea de una juventud soñadora y luchadora que persigue con ahínco y perseverancia sus sueños me parece fantástica, por supuesto, pero creo que, en líneas generales, se encuentra bastante lejos de la realidad (al menos de la de los jóvenes con los que trabajo a diario). Y no les culpo por ello, que conste. De hecho, me parece injusto exigir a esta generación de jóvenes toda una serie de valores y responsabilidades que muchos de nosotros no hemos afrontado, especialmente en los últimos tiempos. Como adultos hemos aceptado pasar por el aro ante toda una serie de injusticias sociales impensables décadas atrás.  La lista de derechos que han sido pisoteados por las administraciones de turno en las últimas legislaturas es tan amplia y evidente que no voy a enumerar ni uno solo. Me temo que nuestra actitud ante ello, en general, ha sido la de la mera supervivencia. Así pues, no entiendo como alguien se puede sorprender de que nuestros adolescente opten por esa misma actitud. Objetivo, sobrevivir. 

Lo dicho, me cuesta entender este doble rasero para con esta generación de adolescentes. Solo puedo comprenderlo desde dos supuestos. Primero, desde la ausencia total de empatía para con ellos, lo cual me parece especialmente triste cuando esta viene por parte del colectivo docente. Y segundo, quizá más grave, desde el habitual complejo de superioridad que tiene toda generación adulta para con sus jóvenes. Y, no sé por qué, pero me temo que los tiros van por aquí...

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